Hubo un tiempo no lejano en que las gentes del interior peninsular, un medio muchas veces bastante árido, no tenían la posibilidad de visitar el mar. Sus zonas de baños se limitaban a arroyos o albercas.
Las albercas no tenían como primera misión el recreo o el baño, sin embargo fue el lugar donde muchas generaciones aprendieron a nadar.
La situación hidrogeológica de la zona logra afloramientos de agua de naturaleza caliza con facilidad. No era difícil encontrar un gran número de pequeñas albercas de riego repartidas por las laderas de Parapanda y Sierra Madrid en los cientos de minifundios que se dan en la zona como cultivo tradicional. No era raro que un rosario de albercas se repartiese por las diferentes fincas, donde las pequeñas huertas, diferentes especies de árboles frutales, creasen un paisaje armonioso y diverso bastante diferente al monótono olivar de la actualidad.
Las albercas tenían dos formas típicas: una era un rectángulo de unos 5 ó 6 metros de largo por 4 y con una profundidad de 2 metros; la otra se situaba en la franja de Parapanda, por encima de los 1000 metros de altitud, y consistía en una alberca circular donde la parte que coincidía con el lado superior adoptaba una forma en arco que evitaba el colmatamiento de tierra que podía caer desde la parte de arriba de la ladera. De este último tipo de alberca se conservan aún algunos exponentes buenos, como es el caso de la alberca de la fuente de Jorbas.
Este tipo de construcciones comenzaron su declive a principios de los años ochenta del siglo veinte, al ser sustituidos por pozos y modernizar los sistemas de irrigación. La extracción continuada de agua del subsuelo y el aumento de la superficie regada ha acabado agotando muchos de los manantiales y llevando al olvido a fuentes, albercas y las comunidades asociadas a este tipo de instalaciones.
El declive continua, y hoy día en su lugar han aparecido algunas fincas de recreo con piscinas de sistemas de filtrado por sal en muchos casos, y excelsos jardines que no plantean la opción de xerojardinería, haciendo un gasto desmesurado una vez más.
Este trabajo y el posterior que se plantea, pretenden recoger un listado o catálogo que mantenga vivo en la memoria colectiva el fabuloso patrimonio que enamoró a tantas culturas y gentes que visitaron la zona para quedarse.
Como se describe a continuación, la labor de las albercas cumplía una función no solo económica sino también social y, sobretodo, ecológica, ya que eran imprescindibles para la polinización de muchas especies de insectos y para el mantenimiento de la biodeversidad.