Tras varias reuniones para afrontar el proyecto en las oficinas de la Concejalía de Cultura, se propone un calendario de salidas que coincidirán en un principio con los fines de semana. Posteriormente y dado la enorme labor de visitar cada uno de los puntos (algunos de ellos muy remotos y solo asequibles a pie), se comienza a salir cuando se van teniendo ocasiones y aprovechando que las tardes con el estío y la primavera son más largas.
Las primeras salidas corresponden al mes de Abril y con ellas se va realizando un cuaderno de campo1. (Anexo)
La labor en el periodo estival resulta tediosa al compatibilizar trabajo profesional con el proyecto y los contrastes de luz para la fotografía resultan bruscos.
A la llegada del otoño el proyecto se agiliza y se incluyen nuevos contenidos como folklore y diccionario vernáculo.
Visto lo multidisciplinar que resulta el proyecto se planifica la opción de incluir algunas rutas etnográficas, para lo cual una vez acabado el trabajo se trazarán y acondicionaran “in situ”
No faltan decepciones y tristeza al comprobar cómo la información de trabajos previos no corresponde con el estado con el que se encuentran algunas obras, caso del Molino de Botas, donde posterior a la muerte del fundador del museo se expolia y roba gran parte del material acumulado por dicha persona; o cómo el pozo con ariete hidráulico de la finca de los duques de Wellington (una joya por su rareza y valor histórico), se encuentra en un estado lamentable de suciedad y abandono. Lo mismo ocurre con algunos de los pozos, albercas, puentes, cortijos, que tras años de abandono por parte de propietarios y administración van adquiriendo el estado de ruina y donde algunos restos ya han sido desmantelados.
Uno de los datos más preocupantes es el de las fuentes, albercas, acequias y demás infraestructura relacionada con el agua. Si contamos con que la superficie de regadío en el olivar y otros cultivos ha aumentado significativamente en los últimos 30 años1, y a esto unimos el desequilibrio global climático que viene ocurriendo desde hace décadas, nos encontramos que gran parte de las aguas superficiales del municipio se están viendo afectadas peligrosamente.
Cada uno de los integrantes del equipo que forma este estudio, por su edad y cercanía al municipio, conoce y ha vivido de cerca los baños en albercas, las fuentes y acequias que hasta hace unas décadas eran una constante y vena hídrica para nuestros campos, y donde era habitual ver junqueras (existen puntos con topónimos que hacen referencia a esa especie botánica Ej: “Junquera de Carcuza”), hoy día, salvo en contados años de elevada pluviometría, son ya solo un recuerdo en la memoria de quienes lo vivieron.
Es desconsolador observar cómo “El Pilarillo de Los Terreros” -datado de finales del siglo XVII-, esta primavera, que resultó bastante húmeda, se encontraba seco, además de en un estado de abandono serio. Lo mismo ocurre con nacimientos como los de “La Charca”, que con su nacimiento natural y alberca terrera paso a mejor vida quedando el recuerdo de muchos illoreños que por generación aprendieron allí a nadar y apagar los calores estivales en lugares que un día fueron huertas vivas y diversas.
En lo referente a cortijos, eras, refugios de pastores….la cosa no ha ido mejor. La transformación y cambios en la tecnología agraria desplazaron en un primer momento a la población rural en la década de los setenta del pasado siglo y posteriormente los volvió a acoger en esta ocasión como residentes estacionales de fines de semana. Eso ha dado pie a que algunas construcciones como refugios de pastores hayan sido desmanteladas en los últimos años para construir viviendas de segunda residencia. Otras, como cortijos tradicionales, han sido remodeladas perdiendo todo valor etnográfico.