El ordenamiento rural de la zona se ha caracterizado por una falta de coordinativa administrativa, donde las pequeñas obras hacen pensar en una economía de subsistencia y un tanto anárquica en cuanto a su planteamiento.
Revisando los archivos del Marqués de la Ensenada disponibles y los Libros de Aperos y repartimiento de Loja y los diferentes archivos históricos, encontramos grandes lagunas. Sería necesaria la revisión metódica del archivo municipal para esclarecer datos precisos y necesarios.
La transformación sufrida en los últimos cincuenta años no ha podido ser recogida en su tiempo por un sistemático y necesario catálogo etnográfico, debido quizá a la falta de sensibilidad o a la rápida instauración de tecnologías mecánicas. El medio rural tradicional se ha visto abordado por unos resultados que han devorado gran parte de la importante cultura etnográfica.
Desde las nuevas directivas de la Unión Económica Europea sobre ordenación territorial, el entorno municipal ha buscado una gestión más económica, dejando marginada una posible alternativa más ecológica y menos dañina con el paisaje.
Este nuevo ordenamiento ha aumentado en un 70 % el cultivo de regadío en los últimos treinta años. Eso se ha visto reflejado en el perfil hídrico subterráneo. En la actualidad es difícil observar pozos tradicionales con agua, ni siquiera en épocas de lluvias. La falta de este recurso consiguió un abandono paulatino en los años setenta del campo. Muchas fuentes en este periodo se vieron sesgadas, con la consecuencia migratoria conjunta. Esto a su vez, crea un caldo de cultivo donde las tradiciones agrarias se ven forzadas a un exilio definitivo.
Cambios rápidos en cuanto a la meteorología, la mecanización y especialización agraria dan como resultado otro paisaje diferente.
Los cortijos rurales disminuyen en número, sin embargo con la entrada en la UE y las subvenciones europeas se perciben un repunte económico y el campo vuelve a adquirir vida.
Se alinean parcelas, se entierran majanos y eras, se unifica y monopoliza por el olivar otros cultivos que hasta ese momento o eran de subsistencia o bien quedaban relegados por su baja productividad.
Ahora existen más hectáreas de regadío, la productividad es mayor. Sin embargo, los cambios sociales provocan nuevos problemas.
Debido a la utilización del monocultivo del olivar y su proliferación, y también por la práctica de utilización de productos fitosanitarios, muchos acuíferos han visto mermada su capacidad, además de estar siendo contaminados. La utilización de maquinaria pesada como subsoladores de buldócer o tractores dan lugar a cárcavas y escorrentías.
A los problemas ecológicos creados de la nueva utilización agraria se le suma la disminución de taxones biológicos y, por consiguiente, la pérdida de biodiversidad.
Sin embargo, despojado hoy del valor agrícola resurgen nuevos espacios donde sectores como los recursos turísticos, forestales y cinegéticos se ven favorecidos.
Así pues, estos cambios sociales han modificado profundamente el paisaje de la zona. Existe entonces una agricultura más tecnológica y productiva, existe una nueva humanización del campo, ahora además por casas de fines de semana. Existe un medio forestal mejor que en los últimos 400 años. Pero la diversidad se ha visto tocada igualmente. Se estima que el 50% de la fauna ornitológica y hasta el 70% de insectos han desaparecido en los últimos 30 años. También lo ha hecho un buen número de las especies herpetológicas, y lógicamente de la diversidad agraria cultivada.
Haciendo pues una valoración generalista, se aprecian cambios económicos y forestales positivos.
Por otra parte, el agua, principal recurso que mueve cualquier sociedad, se ha visto mermado. Si bien no hay estudios específicos que hablen de la higrometría del suelo en el último siglo en esta zona o comarca, ello unido a la pérdida de diversidad, da un balance negativo.
La falta de un ordenamiento rural y ecológico apropiado, unido a posibles causas externas climáticas, puede afectar negativamente a la zona en unos niveles que desconocemos.
Las repoblaciones con coníferas y la reducción de ganado en la zona desalojaron en la década de finales de los 40 y principios de los cincuenta a muchas familias que cultivaban pequeñas “roturas” en Sierra Parapanda.
Quedan pequeñas fincas minifundistas olvidadas en el monte, donde se ha practicado durante cientos de años una agricultura y modo de vida bastante espartano sembrando legumbres, cereales y almendros.
Un estudio etnográfico debe ir unido al ecológico y social, pues cualquier parámetro que falte es una pieza en este puzzle humano. Muchos de los instrumentos agrarios reposan hoy en fachadas de casas de fines de semana, sin saber tan siquiera su uso o propietario original. Muchos de los cortijos y cortijadas se encuentran hoy abandonados debido a la falta del recurso hídrico que allí las instaló.
Las espadañas con las que confeccionaron muchos enseres ya no existen, ni las junqueras que aportaban frescor y conocimiento.
Se han perdido semillas resistentes y se siguen perdiendo variedades adaptadas de olivos, almendros, cereales.
Así pues, si sopesamos nuestro actual sistema agrario sin ser capaces de conocer y valorar nuestro pasado, estamos faltando a la mitad de la verdad.
Será pues necesario seguir trabajando en aquellos proyectos que aporten luz y conocimiento de cómo hemos evolucionado y cual queremos que sea, como sociedad, nuestro destino.